Edición: Patricia Mérida.
Estos cuadrúpedos de cinco toneladas no se defienden nada
mal bajo el agua. De hecho, nadan con gran habilidad, impulsándose con sus
extremidades, que mueven una tras otra de forma acompasada.
Así, pueden recorrer grandes distancias. Es más, si existe
suficiente profundidad, se sumergen por completo y utilizan la trompa como un
tubo de buceo. Por ejemplo, aunque resulta infrecuente ver a un elefante
zambullirse en el mar, hace unas décadas se utilizaron varios ejemplares
asiáticos para llevar cargas entre algunas islas del archipiélago de Andamán,
en el golfo de Bengala.
Según John B. West, profesor de Medicina y Fisiología en la
Universidad de California, en San Diego, a diferencia de otros mamíferos
terrestres, los elefantes pueden permanecer en esa posición mucho tiempo, pues
en vez de delicadas membranas pleurales cuentan con un denso tejido conectivo.
De esta forma, lidian más fácilmente con los cambios de
presión. Ann Gaeth, investigadora del Departamento de Zoología de la Universidad
de Melbourne, en Australia, halló una pista que explicaría la afinidad de estos
proboscidios por el agua. Gaeth encontró en el sistema renal de los embriones
de estos paquidermos un conducto característico de los animales acuáticos pero
inexistentes en los mamíferos vivíparos.
En 2008, un equipo de expertos de las universidades de
Oxford, en Inglaterra, y de Stony Brook, en Nueva York, aportó otra pieza que
conecta a los elefantes con los entornos húmedos. Y es que, en su opinión,
estos han evolucionado a partir del Moeritherium, un mamífero parecido a un
tapir que ya llevaba una vida semiacuática hace 37 millones de años.
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